Reportaje

Paredes de Coura
Reportaje

Paredes de Coura se hace mayor

El festival de Paredes de Coura ya es mayor de edad. El jueves pasado cerró en la playa fluvial de Tabuao su mejor edición. Leyendas como Pixies, bandas consagradas como Nick Cave & The Bad Seeds y Foo Fighters, sorpresas inesperadas como Woven Hand y esos gigantescos pequeños nombres de !!! o The Arcade Fire han hecho de esta cita una de las más atractivas del panorama peninsular. Y además está ahí al lado.

paredes de coura IAGO MARTÍNEZ


Menos mal que nos queda Portugal. Mientras Galicia y el país vecino se juegan el AVE a ritmo de vapor inglés, las distancias en la agenda cultural ya no las salva ni Norman Foster. Con cuatro duros, los impronunciables !!! podrían haber hecho saltar el parque de Castrelos por los aires. Pero el Concello de Vigo, un año más, insiste en edulcorar la programación de verano con una legión de tópicos (léase El Canto del Loco o Amaral), curiosidades de zoológico musical (acuérdense de Padre Yoni) y alguna banda como The Prodigy, efectista pero rescatada al fin y al cabo del rancio listín telefónico del televisivo Luar. Así que sólo nos queda Paredes de Coura. Ahí al lado, en la playa fluvial de Tabuao, a menos de una hora de coche, cuatro días de música de calidad por un precio módico: 80 euros con acampada. El festival más carismático de Portugal, como se hace llamar, cumplió el jueves su mayoría de edad simbólica con un cartel de lujo, a la altura de las mejores citas peninsulares, y un auditorio natural envidiable.

Lunes, 15 de agosto. Mediodía. Calor infernal. Los márgenes del río Coura burbujean. Miles de tiendas se arremolinan ya a la sombra de cualquier cosa: un árbol, una barra de cerveza, un horno de bifanas o el campamento que una docena de vigueses ha coronado con una bandera canalla. Da igual. El caso es estar al fresco. Ahora, que si lo que quieres es sufrir una insolación, puedes escoger el lugar exacto para el martirio. Nadie te pondrá pegas. Quedan todavía 24 horas para el primer día grande de festival, pero el bullicio en la zona de acampada promete. Es cosa de dejar los bártulos, montar la canadiense o la colonia de iglús adosados, darse una ducha fría en el autolavado unisex, relajarse un rato a la orilla del río, juguetear con la pulsera y rumbo al escenario.

A los escoceses Sons & Daughters les tocaba la primera noche. Puro trámite. Flojos pero a la medida de un público entregado. Country rock espasmódico de aguas pantanosas, "The Repulsion Box" (Domino Recording, 2005), el primer elepé de los británicos Adele Bethel, Scott Paterson y compañía, no es el disco del año, pero en directo resulta atrevido, urgente, y hasta se puede bailar. Suficiente. El festivalero es así. Implacable y piadoso. Depende de la hora y la temperatura, la de dentro y la de fuera. Sobre todo si luego hay sesión DJ, y doble, hasta el amanecer.

Martes, 16 de agosto. Madrugar es complicado en cualquier festival. Los conciertos programados a primera hora de la tarde en los escenarios alternativos, en este caso Jazz na Relva y Songwriters, o están desiertos o se parecen a una carta anual de mareas: contienen todas las resacas imaginables. Salvo sorpresas, nada que lamentar. Lo importante se cuece, literalmente, a partir de las seis de la tarde.

O a las siete, porque esta vez los de MXPX no llegaron a tiempo. Perdieron el vuelo y tuvieron que conformarse con presentar su "Panic" (SideOneDummy Records, 2005) en el escenario secundario, bien entrada la madrugada y con una audiencia más bien discreta. El punk rock de quienes fueron teloneros de los Sex Pistols en 1996 será maduro, como dicen los críticos, pero las escaramuzas a pie de palco las habría firmado cualquier gurú del high school más gamberro. El caso es que por la tarde hubo abucheos, algunos silbidos, una buena dosis de indiferencia y, sobre todo, cerveza para esperar por Death From Above 1979 con más curiosidad que otra cosa. Y es que un grupo sin guitarra, con un bajo superdotado y un batería vocalista de dimensiones alienígenas es una combinación poco común a la luz del día. Boquiabierto, el público buscaba una coartada en el vademécum para asimilar la musculatura punk rock de los elefantiásicos autores de "Romantic rights" (Sound Virus Records, 2004).

Todo el mundo lo sabe. Los carteles son todo neón. Hay que saber leer entre líneas. Aunque los reclamos sean Foo Fighters o Queens Of The Stone Age, las perlas siempre están en la media distancia. Y !!!, o Chk Chk Chk, o Pow Pow Pow, o como quiera llamarse a la centrifugadora de ritmos que lidera Nic Offer, no fue una excepción. Punk, funk, rock, disco, electro. Todo vale si lo que se tiene entre manos es un disco poliédrico y bailable como "Louden up now" (Touch and Go, 2004) y un directo lúcido y proteico que deja sin palabras. Primer nombre seguro en las quinielas y a bailar.

Y entonces llegó la lesión de Ricky Wilson. Kaiser Chiefs era una de las bandas más esperadas. Su iniciático “Employment” (B-Unique/Universal, 2005) los ha colocado en la estela art rock de Franz Ferdinand, colando en el reproductor mp3 de medio mundo temas como “I predict a riot” y “Every day I love you less and less”, por mencionar sólo alguno. Pero no había por qué perder pie. Aunque sus piruetas quedarían ensombrecidas una hora más tarde por el exhibicionismo empalagoso de The Bravery (aparte de los hallazgos de “An Honest Mistake” y “Unconditional”, sólo un corta y pega de alambique americano entre The Cure y The Strokes), el vocalista de Leeds pagó su exceso de revoluciones con una severa torcedura de tobillo. A la pata coja, defendió el repertorio con el que telonearon a U2 y convenció.

La primera noche se cerró sin sorpresas. Foo Fighters tiene esa virtud. Centrada en las dos caras (eléctrica y acústica) de “In your honor” (RCA, 2005), su quinto y último trabajo hasta la fecha, la banda que surgió en 1995 de las cenizas de Kurt Cobain marcó la diferencia. Rock experto y potente, su combinación de melodías con accesos dramáticos fue perfecta para una marea devota que sólo se vio satisfecha cuando Dave Grohl se puso a las baquetas. Como en Nirvana, se decían unos a otros al oído. O casi.

Miércoles, 17 de agosto. Abres los ojos, por llamarle de alguna manera, y ves una camiseta amarilla de Pixies. Claro. Aún no sabes que vas a ser uno entre 25.000, pero sí que es el día grande. Así que te arrastras hasta el anfiteatro natural y te tumbas en la hierba para una sesión de The Futureheads. Siempre es difícil a las seis de la tarde, pero los escoceses de Sunderland están bien armados. XTC, Devo o Gang of Four resuenan en temas como “Robot”, “First Day” o “Meantime”, algunos de los mejores en “The Futureheads” (Warner, 2005)\. Nada nuevo pero a la altura. Pop adrenalínico que podría haber resultado demasiado lineal si a continuación no hubiese tocado Hot Hot Heat. En la división melódica del cajón de sastre post punk, los canadienses brillaron sólo al principio y al final. La voz de Steve Bays, un alucinado front man a los teclados, supo conducir a la banda hasta las líneas más conseguidas de “Elevator” (Warner, 2005), pero sin arañar siquiera el entusiasmo. Quizá la próxima vez.

Y entonces llegaron The Arcade Fire. Esperadísimos después de su deslumbrante directo de mayo en el Primavera Sound barcelonés, los de Montreal se metieron al público en el bolsillo con los primeros acordes de “Wake up”, sólo una de las joyas que encierra “Funeral” (Rough Trade/Sinnamon, 2005), su primer elepé. Si el David Bowie más dramático se pusiese al frente de los Flaming Lips y tomase la herencia de la new wave norteamericana de los últimos 70 como credo, el resultado todavía no alcanzaría la intensidad de los canadienses. Son los raros de la clase, los perdedores del patio de escuela, pero su sonido es capaz de levantar a coro a un regimiento de mutilados. ¿Carnaval fúnebre? Pura autenticidad. Celebración de la creatividad. Histriónicos, vitalistas, hombres orquesta capaces mezclar cuerdas y percusiones delirantes con armonías vocales que ponen la piel de gallina, los de Win Butler y Régine Chassagne mecieron a la multitud con “Crown of Love” y desataron el júbilo en el cierre con “Neighborhood #3 (Power Out)” y “Rebellion (Lies)”. Lo mejor de su único disco, dos temas de su epé de 2003 y una canción algo aburrida compuesta para la serie “A dos metros bajo tierra”. Más que suficiente para hacer cábalas. Habrá quien diga que todavía no, pero los ocho de The Arcade Fire empiezan a formar una de las mejores bandas.

Y si no que se lo pregunten a The Roots. Pese a sus esfuerzos por adaptarse a un marco que se les iba de las manos, el live-rap de Filadelfia pasó inadvertido, extraviado entre la belleza incontrolable de The Arcade Fire y el atronador “más es menos” de Queens of The Stone Age. Clásicos ya en Paredes de Coura, los de Josh Homme demostraron que los decibelios no siempre son una garantía, a menos que se trate de castigar 25.000 tímpanos a la vez con el salvoconducto de ser una estrella del rock. La potencia con que sonaron los temas de “Lullabies to Paralyze” (Interscope, 2005) fue todo un lujo: la envidia de cualquier genocida y un pretexto perfecto para el delirio al pie del Coura.

La noche, sin embargo, era de Pixies. Los envejecidos Black Francis, Kim Deal y compañía (Joey Santiago no ha engordado, todo un logro) tenían la ovación firmada de antemano. Nada es como hace quince años, pero los de Boston tienen la jubilación bien merecida. Una detrás de otra, sin mediar palabra, interpretaron casi todas las partituras que los han convertido, junto a Sonic Youth, en los ilustres abuelitos del punk grunge. “Hey”, “Debaser”, “Where is my mind”, “Vamos”, “Gigantic”, “Here comes your man”, y muchos más, son clásicos insuperables. No hace falta más en el bosque.

Jueves, 18 de agosto. Nada mejor contra el cansancio que empezar la tarde con dos regalos. El primero, The National. ¿Quién no se acordó en algún momento de Stuart Staples, el vocalista de Tindersticks, escuchando a Matt Berninger? Grave y confesional, con algunos y bienvenidos accesos de furia que exceden la república romántica del vaso de güisqui, el quinteto de Cincinnati demostró que a veces no bastan tres discos para estar en la agenda. Muchos, por fortuna, estarán ahora buscando “Alligator” (Beggars, 2005) en las tiendas, es un decir, y en internet. La otra buena noticia fue la ausencia de Killing Joke. La enfermedad de Jaz Coleman permitió a David Eugene Edwards, el ex líder nazareno de 16 Horsepower, llevar su nueva aventura musical al escenario principal. A la contra de la contra del anti folk, sin bajo, Woven Hand maravilló con la densidad de Echo & The Bunnymen y la hondura de algunas plegarias de Low. Exquisito y sorprendente. Como mínimo, para anotar.

El capítulo hollywoodiense defraudó. Juliette Lewis tiene más talento para escoger vestuario, interpretar la iconografía del rock femenino al milímetro y surfear sobre la masa que para dotar de identidad a sus The Licks. Vincent Gallo, simplemente, se equivocó de día y de lugar. Algunos aprovecharon para echar un sueño y otros se fueron directos a repostar en la estación de servicio más próxima. Cosas que pasan. Por fortuna, el mejor Paredes de Coura lo cerraron Nick Cave & The Bad Seeds. Sobre todo con los temas de su último y magnífico “Abattoir Blues/The Lyre of Orpheus” (Mute, 2004), pero también con clásicos como “Deanna”, “Red Right Hand” o “The Mercy Seat”, el crooner diabólico, de negro cerrado, apostado en el mascarón del escenario como una sibila negra, llenó la madrugada con un directo inesperado, vigoroso, imperfecto para los oídos más finos pero apoteósico para quienes llevaban trece discos, trece, esperando para ver en vivo al autor de “Murder Ballads”. El resto sólo es baile, insolación, exceso, objetos perdidos, huesos doloridos y una pregunta nada fácil de contestar ahora. ¿Tendré vacaciones el año que viene para volver?




Por: Iago Martínez  


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