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VIII Festival Internacional de Benicàssim | del 2 al 4 de agosto | Benicàssim | 2002-08-02
A veces (demasiadas veces) a mis viejos les sobrecoge un ataque de súbita nostalgia
y me cuentan batallitas de sus aventuras contrasistema durante el franquismo,
y a veces se remontan aún más atrás en el tiempo y comentan la jugada sobre una
cortinilla de Televisión Española en la que unos dibujos obscenamente desproporcionados
cantaban aquello de 'vamos a la cama que hay que descansar...'. En esas ocasiones
suelo ponerme a pensar en perspectiva y tratar de adivinar con qué clase de trastadas
aburriré en el futuro a mis hijos y nietos (o en caso de no tener ni de los unos
ni de los otros, a los imprudentes niños que pille por banda en el parque cuando
no sea más que un viejo cascarrabias). Pues bien, si hay algún filón del que podré
extraer montones de historietas, tanto entretenidas como soporíferas, ese es sin
duda el Festival de Benicàssim.
La andadura de este evento, cuyo liderazgo en el ámbito de los festivales nacionales
es ya del todo incuestionable, ha seguido una progresión parecida a la de la música
independiente en este país y, por extensión, a la de las generaciones que nos
hemos alimentado de ella. Desde sus primeras encarnaciones (que tenían más de
macroconcierto que de festival) la química entre el público y la organización,
con la inestimable aportación de los artistas completando un triángulo simbiótico,
ha sido la pieza clave. Y es que el FIB no era tanto una suma de grupos alejados
del mainstream tocando uno detrás del otro, sino más bien una coartada
para aglutinar a mentes musicalmente afines en un mismo recinto, todas ellas identificadas
con el impronunciable gentilicio fiber. Pero basta ya de este panfleto
sobre la comunión entre la parroquia indie, que tratando de emular un monólogo
en off de Aquellos maravillosos años nos van a dar las uvas...
En su edición del 2002, la que suma ocho en la cuenta del festival, el FIB se
enfrenta a un factor adverso: la gente que se inició en la música a través de
los recopilatorios del festival, o simplemente comprando a ciegas los discos de
los grupos que asistían, en muchos casos se ha hecho mayor y se ha forjado una
sólida identidad musical. Los gustos cada vez son más homogéneos porque, gracias
a dios, la distribución musical ha dado un salto cualitativo en este país y ahora
un amante del slow core puede costearse una buena colección del género
sin tener que dejarse un riñón y medio en costosos imports, y con Internet
volviéndose a pasos agigantados en un inmejorable escaparate musical, hay gente
que consagra sus sueldos a hacerse con todas las referencias de la difunta Sarah
Records. Por eso cada vez escasea más la figura del fiber que agrupa
sus camisetas ajadas de Los Planetas en un atillo y se va a Benicàssim predispuesto
'a verlo todo'. De nuevo quiero dejar claro que con esta estúpida teoría sociológica
no pretendo generalizar, sino poner de manifiesto que la organización del festival
se enfrenta cada año a una audiencia más difícil conforme esta se va adiestrando
más y más en lo musical. Por eso, cuando se presentó el cartel de este año, que
en comparación al resto de macroeventos musicales a nivel continental no tiene
nada que envidiar a los mucho más consolidados Readings o Glastonburys, fueron
muchos los indiekids que arquearon la ceja y sentenciaron que 'habían demasiados
grupos nacionales segundones' o que 'los cabezas de cartel se habían cuidado al
milímetro pero la selección de grupos del pelotón deslucía mucho en comparación
a las ediciones precedentes'. Pues bueno, si bien se puede estar más o menos de
acuerdo con estas y con otras muchas aseveraciones que se han vertido al respecto
del festival castellonense, que levante la mano quien no considere un absoluto
placer el ver a los Cure en directo, por más que Robert Smith sea una fotocopia
de una fotocopia de quien solía ser hace diez años, o que lo haga quien no tenga
ganas de ver trasladada al directo a la que es una de las sorpresas de la temporada,
los teutones The Notwist...
...o de llorar desconsoladamente con los desangelantes pasajes sonoros de Low...
...o de revisitar a los Jesus & Mary Chain a través de sus discípulos más aventajados,
los Black Rebel Motorcycle Club...
...o de degustar en directo algunos de los nuevos temas del que promete, de nuevo,
ser el mejor disco de Los Planetas...
...o de dejarse las tripas bailando los ritmos electrocafres de la tropa de Gigoló...
...o de presenciar el asalto a las tablas de Bobby Gillespie, secundado por Kevin
Shields, Mani, Duffy y el resto los esbirros que forman los grandiosos Primal
Scream........
Pues bien, para saber en cuáles de mis pronósticos he acertado, en cuáles he fallado
estrepitosamente y cuáles serán las sorpresas que me he dejado en el tintero,
os espero a todos en la Costa de Azahar los días 2, 3 y 4 de agosto. Al fin y
al cabo, para pelearnos sobre si mola o no el postrock o sobre si la escena
madchesteriana fue o no una mierda tenemos los otros trescientos sesenta
y dos días del año... ¿y lo moreno que se pone uno qué? ¿acaso eso no cuenta?
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