Arte y Literatura

La Intrusa
Maurice Maeterlinck

La intrusa de Maurice Maeterlinck, dirigida por el actor y director teatral Hemann Bonnín retornó excepcionalmente a l’Espai Escènic Joan Brossa entre el 5 y el 25 de Septiembre después de la buena acogida que mereció su anterior paso por este teatro. Una obra, la del dramaturgo simbolista muy apropiada para éste espacio escénico intimista en el que público y actores casi se rozan.

La intrusa es catalogada habitualmente en la categoría de teatro simbolista, es decir, aquel que pretende representar emociones e ideas a través de símbolos. Su autor, el Nobel de literatura Maurice Maeterlinck, aspiraba hacer un teatro fundamentado en la evocación, y no en la acción. Un teatro que utilizara sólo las palabras justas, el dialogo mínimo e indispensable. El resto, tenía que ser abandonado a la sugerencia del silencio, a la insinuación de las sensaciones y de los gestos. Un teatro que dialogara directamente con las pulsiones irracionales e inconscientes del espectador, y no con su razón. Un teatro, en definitiva, que se expresara mediante un leguaje más emotivo que racional, con el léxico de lo simbólico y lo metafórico.

La intrusa es la historia de una premonición, y es, por tanto, una obra de marcado carácter simbolista e incluso, expresionista. En ella, Maeterlinck persigue crear una atmósfera, un micro-clima de angustia y presentimiento mediante la sucesión in crescendo de advertencias, de señales de que algo espantoso va a suceder. Lo que acontecerá en sí es casi menos importante para el dramaturgo que el hecho de que algo va a acontecer, y como los personajes presienten ese algo, aunque no quieran reconocerlo. Lo que acontece es la muerte. Ella es la intrusa, cuya amenazante presencia es percibida por los protagonistas mucho antes que señora de la guadaña recoja su aciaga cosecha.

La acción es mínima y estática, casi de diría que los personajes están paralizados por lo pavoroso de la situación, cómo en aquellas pesadillas en las que se intenta correr y no se puede. Cuatro personas esperan pacientemente a una quinta mientras velan a la señora de la casa, enferma tras dar a luz una criatura endeble y enfermiza, que incluso no tiene fuerzas para llorar. El padre de la enferma es un ciego (interpretado brillantemente por Pep Torrent) que, a pesar de su discapacidad, resulta ser el más clarividente. El sabe perfectamente que algo pasará esa noche. ¿Es su ceguera lo que le convierte en el más aprensivo? Seguramente sí, puesto que el desarrollo de sus otros sentidos le permite advertir aquello que pasa desapercibido a los que confían demasiado en su visión. Pero su intuición, su capacidad para captar el clima de desasosiego es también emotiva, en cuanto es su hija la que sufre, y ambos están unidos por lo que los antropólogos llaman el "vínculo poderoso". La hija mayor (Nausicaa Bonnín) también detenta éste vinculo, y por consiguiente, también intuye, pero no comprende, y por eso no puede sino sumergirse en el miedo.

Por último, el marido y su hermano (Blai Llopis i Frank Capdet respectivamente) representan los auténticos ciegos, los incapacitados para sentir lo alarmante en el ambiente. "Si fuera ciego me suicidaría" asegura el personaje representado por Frank Capdet, sin darse cuenta de la oscuridad sensitiva en la que se haya sumido. Ambos esperan a su hermana monja, pero será alguien muy distinto quien los visite esa noche (nótese la gamberrada de Maeterlick, la situación no requiere una monja, sino un capellán).

La obra es un intento de representar lo irrepresentable mediante indicios simbólicos tales cómo una puerta que no acaba de cerrarse (y que permite “entrar” a la intrusa), unos grillos que dejan de cantar, asustados, una luz que se consume, dejando paulatinamente la sala en la oscuridad... El silencio se apodera poco a poco de la sala, mientras el abuelo ciego percibe la presencia amenazante cada vez mas próxima. Mientras, al público aguanta el aliento y teme moverse para no perturbar el silencio. Y en ese momento de siniestra quietud, estalla el llanto del recién nacido. El más sensitivo, el poseedor del vínculo poderoso más estrecho con su madre (casi biológico, umbilical), llora por primera vez por la muerte de su progenitora.

¿Es posible que la intuición y la premonición sean formas de conocer superiores a la razón? ¿Son los símbolos el único lenguaje capaz de representar las sensaciones humanas? Maeterlinck contesta afirmativamente a ambos interrogantes. La intrusa consigue aprehender mediante lo simbólico lo in-narrable: la intuición de la tragedia. Y en este sentido, anticipa la esencia del buen cine de terror contemporáneo, el cual no tiene porque abusar de lo fantástico cuando lo realmente inquietante se encuentra siempre en lo psicológico.

Por: Aleix Purcet  


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